Ese cerro de casi 3.500 metros de altura aloja un curioso glaciar negro. Lejos del blanco inmaculado de otros glaciares famosos de la Argentina, este incorpora sedimentos en su recorrido, que lo pintan de un color fuera de lo común. La excursión me llevó atrás en el tiempo, a la época en la que los glaciares milenarios comenzaban su lento recorrido.
A cada vuelta del camino que me llevaba desde San Carlos de Bariloche al Cerro Tronador descubría la belleza de la naturaleza de la Patagonia, cruzaba los arroyos helados de la montaña y admiraba los lagos que cambian de color según sea su proximidad a la Cordillera de los Andes.
Dejamos atrás el Cerro Catedral y el Lago Gutiérrez. El paisaje iba cambiando hasta que nos encontramos en un bosque húmedo, casi en la selva. El vehículo subía mientras el sendero se volvía más estrecho: no había lugar para retroceder. El Parque Nacional del Nahuel Huapi nos deseaba así la bienvenida.
De pronto el Tronador apareció sobre la línea del horizonte. Podía reconocer la silueta por los tres picos. En el lugar hay miradores para ubicarse y esperar los desprendimientos de hielo. Su ruido ensordecedor da el nombre al cerro. Los visitantes observamos con respeto los antiguos glaciares del Ventisquero Negro, los bloques que flotan y las lagunas. Es la naturaleza que habla, que cambia constantemente, que hace ruido y que permanece, después, en silencio.
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