
Los Cabos, Baja California Sur, fotos de paisajes en playas mexicanas.
Por la mañana, Patricia García Antolín afina los platillos del desayuno que sus huéspedes saborearán entre bostezos y suspiros caseros. Bilbao entumece los deseos de salir temprano a corretear las calles, especialmente en días nublados, cuando las sábanas se pegan a la cola de los txiquitos y los pintxos de la noche anterior.
Gracias a los tonos neutros del hotel en cordoba, las medias luces impuestas por sus cortinajes grises y la multiplicidad hipnótica del grafismo “Zzz” en sus cabeceros, la pensión de Patricia en ese centro de la capital vizcaína conocido por las Siete Calles tiene un algo de nueva y mucho de antigua. Lo novedoso se significa por una estética millennial. Lo de siempre radica en el recuerdo de aquellas pensiones de familia que antaño daban vida a los cascos históricos con su austera hospitalidad y las atenciones de sus dueños.
García Antolín frisa la treintena, pero acoge a la clientela de los hoteles en cordoba como si llevara al frente de esta casa toda la vida: “Desde hace años me persigue esa sensación que tienes cuando llegas a un lugar y buscas la habitación que establece el campamento base de tu viaje”, acuña en su web. A los cuatro vientos divulga una particular liturgia de acceso si el viajero arriba motorizado en horas vespertinas. El coche se guarda mejor en el aparcamiento subterráneo del Arenal, que ofrece un 15% de descuento a los huéspedes. Luego hay que preguntar por la calle de Andra Maria y teclear un código secreto en el portal del inmueble. Ese mismo código sirve para acceder a la ventanilla de recepción, donde encontrará un sobre cerrado con la tarjeta de apertura de la habitación. Y, ¡hale hop!, dentro.
La cama, bien abrigada, grande y confortable, ocupa casi la totalidad de la superficie del dormitorio, cuarto de baño incluido. Hay un equipamiento de última generación y un nivel de pulcritud superior a la del mejor bed & breakfast. Además de una wifi veloz y un televisor, esperan un canasto repleto de cosméticos y un par de toallas.
Puede que se filtren los cuchicheos procedentes de los numerosos bares de pintxos que pueblan la calle, especialmente los fines de semana. A medianoche, por fortuna, no queda una croqueta más que servir y el silencio cubre las Siete Calles de Bilbao desde el resplandor vidriado del puente de Calatrava.